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5 FACTORES CLAVE PARA MEJORAR NUESTRO POTENCIAL DE SUPERVIVENCIA. PARTE 3



En nuestra última entrada de esta serie concretamos que teníamos que afrontar las siguientes cuestiones: ¿Sé puede modificar, afinar, mejorar, transformar o influir de algún modo en nuestro carácter?


Recordemos que los cinco elementos binomiales e interdependientes que intervienen de forma activa en nuestro potencial de supervivencia son:


1. Inteligencia de amplio espectro/experiencia

2. Carácter/actitud

3. Autocontrol/autoconocimiento

4. Valores/ética

5. Conocimientos/aprendizaje


En el desarrollo de las anteriores entradas concluimos cómo y porqué el carácter podría ser la base de trabajo desde la que abordar las restantes áreas que pretendemos incluir en nuestro entrenamiento. Pero, ¿se puede transformar el carácter? Es evidente que sí, tal y como lo demuestran todas las biografías de los grandes maestros de los siglos anteriores. El carácter se modifica por sí mismo según las adaptaciones y circunstancias a las que nos vemos expuestos a lo largo de nuestra vida.


Somos en gran medida víctimas de nuestro carácter y este es el fruto de la repetición de una conducta durante muchos años. Sin embargo, el entrenamiento busca encauzar esta transformación dentro de unos parámetros determinados. El carácter se puede y se debe transformar para adecuarlo a la estrategia de supervivencia propia de los métodos marciales tradicionales. El trabajo no es fácil, pero la guía para lograrlo es relativamente simple.


Lo primero que tenemos que abandonar es la idea de que somos de una forma determinada. Esa fijación es el primer escollo en nuestra ruta transformadora. Cuando nos afincamos en el «es que yo soy así y he sido así siempre» trabamos por completo cualquier posibilidad de abordar correctamente el proceso de transformación que pretendemos.


Buscamos fundamentalmente un carácter estable, que mantenga esa estabilidad en términos relativos en situaciones concretas de estrés. Para lograrlo tenemos que fabricar un compañero de camino que nos ayude a conseguirlo. Ese compañero es un segmento de nuestra mente dedicado a observar nuestras reacciones desde un ángulo objetivo, es decir, tenemos que desarrollar un modelo de mente observadora que surja de forma espontánea cuando estamos sufriendo los envites de un carácter descontrolado.


El carácter se modifica por sí mismo según las adaptaciones y circunstancias a las que nos vemos expuestos a lo largo de nuestra vida.


Imaginemos el supuesto de una discusión doméstica. Todos los mecanismos de respuesta se excitan cuando nos topamos con una situación que podemos considerar inicialmente injusta en nuestro modelo de convivencia hogareña. Esta excitación se refleja en nuestro pulso, en nuestra respiración, en un cambio sutil de nuestra temperatura, en un agolpamiento de ideas intentando salir a borbotones por la boca, todo ello sin que medie una simple reflexión que organice nuestra respuesta verbal y module nuestro tono expresivo.



Es una crónica que le puede resultar familiar a cualquier persona que convive con otra. Una situación en la que nos podemos ver atrapados y que desembocará en una serie de juicios, etiquetas, proyecciones y recuerdos que complicarán mucho una solución estable de la situación.


Los argumentos de la intervención de un tercero debemos dejarlos de lado en este nuevo proceso de observación que hemos señalado. No nos interesa conocer la justicia o no de la causa. No queremos saber quién tiene realmente la razón, no queremos competir con la otra persona. Necesitamos un modelo de observación mental completamente enfocado a nuestra reacción, a cómo responde nuestro cuerpo, a ver de lejos cómo estamos alterándonos sin vincular estos elementos a un juicio complementario.


Es fundamental que blindemos este espacio de observación para lograr una visión objetiva de nuestra estructura reactiva. Ser conscientes de que estamos observando de esta forma nuestra reacción reduce de inmediato los elementos perturbadores de la misma


Nuestro ego hará su trabajo para arrastrarnos de nuevo a la situación desde un plano involucrado, es decir, para meternos en el ojo del huracán para invitarnos a observarlo en su conjunto. No lo necesitamos. Esta mente tiene otra misión mucho más importante: conocer mejor el proceso se pone en marcha de forma automática y cómo nos afecta esa perturbación energética.


Necesitamos un modelo de observación mental completamente enfocado a nuestra reacción


Aunque la explicación puede aclararnos este primer paso, no es sencillo. Construir esta mente requiere dos elementos fundamentales que tenemos que desarrollar con ejercicios específicos, vamos a intentar ahora mismo memorizarlos e interiorizarlos ya que son dos de las claves de todo el proceso: focalización y control.



Tenemos que poner el foco en algo, evitar que la mente se disperse e incluya aleatoriamente elementos propios de la historia. No queremos historias, no queremos descripciones y valoraciones, queremos simplemente tener la mente pendiente de lo que ocurre y no reflexionar de inmediato sobre ello. Solo pretendemos observar y queremos hacerlo con el foco puesto en un único elemento.


Mantener este foco es el segundo punto clave ya que la mente, una vez focalizada, intentará salir de ahí para volver a procesos más integradores, más abarcantes en los que pueda desarrollar todas sus estructuras de proyección, interrelación, valoración, generación de modelos complementarios, etc. Lo intenta porque es su naturaleza y porque en nuestra sociedad actual rebosante de estímulos e información está educada en estos términos.

No queremos historias, no queremos descripciones y valoraciones, queremos simplemente tener la mente pendiente de lo que ocurre y no reflexionar de inmediato sobre ello.


Nos encontramos pues con una situación en la que pretendemos aislar y mantener una parte de nuestra mente para crear un modelo de observación indiferenciada que nos facilite tomar conciencia de lo que está pasando. Pero es un tipo de conciencia no vinculada al suceso, al ego y a las proyecciones derivadas de la interacción de estos dos elementos.


Crear este canal de observación desprejuiciado es una labor que tenemos que abordar desde los procesos meditativos propios de la práctica. Realizar un Taolu, por ejemplo, con la máxima concentración selectiva es un proceso que nos ayuda a desarrollar este aspecto observador complementario. Acallar las emergencias cuestionadoras que surgen durante toda la ejecución del ejercicio es un esfuerzo que debemos hacer, un esfuerzo cuyos frutos se mostrarán sin duda en este tipo de meta-proceso que vamos desarrollando a base de práctica consciente y constante. He aquí el segundo punto de trabajo.



La práctica debe ser correcta, programada, con un incremento progresivo de retos que faciliten la adaptación y, sobre todo, mantenida en el tiempo lo suficiente para que impacte de forma concreta en el punto en el que queremos insertar con precisión nuestros objetivos.


La práctica habitual de la meditación nos ayudará a conformar este proceso que puede abordarse en un gran número de situaciones cotidianas. Debemos establecer el objetivo de cambiar la estructura mental causa-efecto e insistir en ello durante mucho tiempo para lograrlo. Pero ojo, no vale todo y no lo podemos hacer de cualquier forma que se nos ocurra.


La mente, como decíamos antes, tiene sus reglas y en este caso es preciso que abordemos la reestructuración de nuestras respuestas automáticas de forma sistemática, respuestas que de algún modo predefinen nuestro carácter (apasionado, colérico, nervioso, sentimental, sanguíneo, flemático, amorfo o apático).


La mente observadora irá poco a poco previendo la emergencia de nuestra reacción, es decir, seremos conscientes de forma automática de que esto va a empezar a ocurrir cuando la tensión de equilibrio ha sido elevada más de la cuenta. Es ese el instante oportuno para transformar los pensamientos asociados, lo haremos introduciendo otros de menor carga emocional.

Debemos establecer el objetivo de cambiar la estructura mental causa-efecto e insistir en ello durante mucho tiempo para lograrlo

Un entorno magnífico para desarrollar estas pautas es el combate, la práctica del Sanshou libre. En primer lugar, porque se trata de un contexto que necesitamos normalizar, que debemos sentir familiar y en el que tenemos que establecer ciertas certezas operativas que reduzcan su impronta estresante. Aquello que conocemos nos genera menos estrés que lo desconocido.



En segundo lugar, porque es muy probable que nuestro ego haga su aparición cada vez que nos sentimos vencidos, derrotados o tocados más de la cuenta.


Con el tiempo estas sensaciones van desapareciendo a base de conocer a nuestros compañeros de entrenamiento, desarrollar sentimientos afectivos hacia ellos, hermandad y, por lo tanto, la carga de emociones y ego se va reduciendo considerablemente. Sin embargo, en las primeras etapas de nuestra práctica, o en determinadas circunstancias del combate, el ego surge y estos pensamiento de derrota aparecen por sí solos, complicando y perjudicando toda nuestra estructura combativa inmediata.


Es entonces cuando, con la oportuna repetición, podemos establecer un pensamiento base que garantice la transformación que buscamos. La visión de base que tenemos de nuestro oponente puede cambiarse desde la perspectiva que nos proponen corrientes como la budista. El término compasión es una de las claves que vincula de forma excepcional nuestra visión marcial con esta práctica filosófica. Tener una visión del oponente desprejuiciada es un primer paso. El segundo es aceptar que nosotros también podemos caer en las mismas cosas.

Volvemos a utilizar las reglas de la mente. No podemos pensar en dos direcciones evaluativas a la vez. Si implicamos una visión compasiva durante la lucha de entrenamiento todo cambia. Nuestra estructura mental comienza a transformarse poco a poco y ahí hemos dado ya el primer paso para este cambio.


Este no es un proceso inmediato, debemos insistir y exponernos a nuevos retos que nos compliquen la respuesta, Debemos hacerlo para poner una y otra vez en marcha el mecanismo de la observación focalizada, la compasión de base y la paciencia constante que garantizan su efectividad. Tres elementos que debemos ejercer en un proceso que, sin duda, nos ayudara a cambiar, mejorar, optimizar y desarrollar el carácter que nuestra supervivencia requiere. Un carácter que provoque las mínimas alteraciones negativas en nuestra capacidad de respuesta operativa cuando las cosas se complican.

Tener una visión del oponente desprejuiciada es un primer paso. El segundo es aceptar que nosotros también podemos caer en las mismas cosas.

Por último, resulta fundamental que no confundamos el entrenamiento con la realidad. Todas estas acciones, estos experimentos y prácticas, se circunscriben al laboratorio del Wushuguan, a la sala de entrenamiento o a nuestro espacio personal de entrenamiento. Tienen como objetivo el desarrollo de un carácter específico que provoque menos interferencias en nuestras reacciones oportunas, que sea más controlable y menos perturbador.


No son procesos propios del combate los que acabamos de describir a lo largo de toda la entrada, son modelos para comprender cómo podemos transformar progresivamente nuestro carácter para adecuarlo a las premisas del arte. Cuando la acción está ya en marcha, todo depende de que este tipo de entrenamientos nos hayan ayudado a configurar la versión más superviviente de nosotros mismos, esa que pretendemos afianzar partiendo desde la disposición de un carácter apropiado para este tipo de circunstancias.


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