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VISIÓN HOLÍSTICA DEL ESTUDIO DE LA TÉCNICA MARCIAL.



«La experiencia parece, en cierto modo, semejante a la ciencia y al arte, pero la ciencia y el arte llegan a los hombres a través de la experiencia. Pues la experiencia hizo el arte como dice Polo, y la inexperiencia el azar. Nace el arte cuando de muchas observaciones experimentales surge una noción universal sobre los casos semejantes.»

Aristóteles - Metafísica


A veces confundimos lo que significa un arte marcial. Pretendemos simplificar su significado convirtiéndolo en un mero conjunto de técnicas enfocadas a diferentes situaciones «tipo». La técnica es, en esencia, el último eslabón en la cadena de significados sinérgicos e interdependientes que constituyen lo que llamamos arte marcial.


Su correcta ejecución depende de numerosos factores que deben ser entrenados a partir de la insistente ejecución de todos los elementos motrices del conjunto. Además, es preciso insertar progresivamente esta ejecución en el contexto apropiado y a un amplio rango de velocidades, intensidades, modalidades de acción y variabilidad de los oponentes. El combate es la matriz en la que confluyen todos estos elementos.


También debe ser entrenada de forma transversal, desde un enfoque de desarrollo progresivo de los diferentes componentes relativos a las cualidades físicas básicas (CFB) y a las habilidades motrices fundamentales (HMF), siempre vinculadas al contexto y a la forma de la técnica; lo que hoy se suele denominar «entrenamiento funcional».


Estos dos conjuntos de exigencias de entrenabilidad deben someterse a un grado de concentración en el que queden implicados, también, los factores emocionales, psicológicos reactivos y puramente cognitivos; tanto de la técnica en esencia como de sus posibles escenarios y factores exógenos de aplicación.


Aunque queramos simplificar al máximo el asunto, es en el modelo motriz operativo en el que volcamos una gran cantidad de conceptos, de trabajos, de ideas, de capacidades y de progresiones realizadas desde dentro del individuo hacia afuera, afectando en su desarrollo, sin duda, a estos dos segmentos existenciales de la persona.


Por estos motivos, no podemos simplificar cuando tratamos de definir a las artes marciales. Como diría Aristóteles, no podemos reducirlo a la suma de sus partes porque es mucho más. Quizá podemos definirlas de un modo más preciso como: el emergente sistémico que surge de la interacción positiva de muchos sistemas, de mayor o menor complejidad, que se complementan entre sí para dar respuesta con fines homeostáticos a una serie de contextos determinados relacionados con la ruptura potencial del equilibrio del practicante; espero que nadie se maree al leer esto.


Y esto parecemos olvidarlo cuando nos acercamos a su estudio pretendiendo testear su aplicabilidad a los pocos minutos de vislumbrar parte de su estructura de ejecución. Está claro que hay técnicas de mayor y de menor complejidad, pero en ningún caso podemos pretender que, ejecuciones que van más allá de lo que sería una esquiva y un golpe directo, con toda la exigencia de entrenamiento que estas dos simples acciones requieren para que funcionen, respondan de la misma forma en nuestro grado de aplicación efectiva.


Esquivar y lanzar un puño con efectividad también precisa una enorme coordinación multifactorial que no es resumible; no es simplificable. Cuando vemos técnicas más complejas, que requieren posicionamiento, sensibilidad, contacto, gestión de distancia, capacidad de control, concentración, foco extremo, fuerza, velocidad, precisión, determinación, pre-organización, psicomotricidad, control del estrés, equilibrio específico, potencia, anticipación, intuición, entre otros elementos que no citamos para no abrumar al lector, es lógico que surjan las dudas sobre las posibilidades reales de aplicación.


Y es aquí donde reside el quid de la cuestión: la falta de confianza que empuja a la impaciencia por testear su funcionalidad, su utilidad y, en definitiva, su efectividad. Es por esto por lo que muchos se decantan por sistemas más simples, pero con más posibilidades de desarrollo inmediato.


No criticamos en absoluto la urgencia por disponer de potencial defensivo; es lógico y tiene todo el sentido que lo demandemos. Sin embargo, cuando hablamos de arte marcial y de desarrollo técnico no pensamos, exclusivamente, en la urgencia de aplicación. En la mayoría de los sistemas tradicionales también se entrena la esquiva y el golpe, pero se va un poco/mucho más allá.


De lo visto hasta ahora, parece todo demasiado complejo como para poder abordar una sola de estas técnicas con garantías de éxito. Para abordar este estudio, sin tener la sensación de estar intentando desarrollar algo imposible, es muy importante situar el proceso de aprendizaje marcial en el marco adecuado. No es coherente introducir parámetros de evaluación similares a los de cualquier modelo deportivo de combate, básicamente porque los escenarios de respuesta son absolutamente diferentes.


Después de ver y escuchar a un virtuoso del violín representar una obra de gran complejidad técnica, creo que a nadie se le ocurriría ir después a su casa, poner un vídeo de Youtube de aprendizaje del violín y esperar que, esa misma tarde, pueda emular al intérprete. Y mucho menos decir que la obra es irrealizable solo porque nuestra acción de testeo no cuenta con algo fundamental para aproximarse a una experiencia similar a la del artista del violín: «la habilidad».


La técnica se desarrolla poco a poco, va emergiendo en efectividad a medida que se van ligando, de forma subconsciente, todo el complicado entramado vinculado a su ejecución.


Aunque los antiguos maestros no disponían de la tecnología actual para testear los resultados, la experiencia transmitida de generación en generación les había planteado ya la necesidad de introducir el arte como forma de vida, de estar en él inmersos las 24 horas del día. También que el simple proceso de intentar el aprendizaje garantizaba un incremento progresivo permanente de mejoras en las capacidades y cualidades físicas, psíquicas y emocionales del individuo.


El estricto trabajo de estudio y práctica marcial modifica y transforma permanentemente al individuo. Su capacidad técnica crece con él de la misma forma en la que crecen sus ramificaciones neuromusculares, su memoria corporal, su sensibilidad y su conciencia sobre el significado de lo que hace y por qué lo hace.


No podemos pedir imposibles a la técnica porque no responde a lo racional, a la mera lógica del aprendizaje de contenidos teóricos; la técnica es un fragmento de experiencia que estudiamos, repetimos e interiorizamos para comprender la mecánica general de un todo que es, en definitiva, el conflicto físico, su eterna mutabilidad y nuestra reactividad frente al mismo.


Es un sistema recursivo que nos ofrece una y otra vez lo mismo, con la intención de que la parte más profunda de nuestra mente desarrolle un proceso indefinido de detección del patrón discordante del bucle; con la única intención de variar millones de conexiones neuronales de inmediato para adaptar la base aprendida al espectro contextual mutado al que se enfrenta. Quizá si observamos cómo funciona nuestro sistema defensivo frente a la amenaza de enfermedades, podemos comprender mejor la base biológica de la que, de algún modo, depende nuestra progresión efectiva.


El tiempo que tardamos en desarrollar todo esto es específico de la persona, de sus experiencias, de su situación personal o de la perseverancia con la que es capaz de insistir en el proceso de aprendizaje. También depende en gran medida de la pedagogía e intuición del profesor a la hora de abordar la integración de todo el proceso en un método de enseñanza holístico, que le permita al alumno tocar «todo» cada vez que toca «solo un fragmento de la estructura».


El desarrollo del arte se convierte entonces en algo espiritual, que trasciende el mero estudio racional, lógico y parametrizado de las estructuras que lo componen, tanto a nivel teórico como práctico. Se convierte en una experiencia permanente de percepciones vinculadas a una idea fundamental de transformación de la mente, el cuerpo y el espíritu; también de las acciones físicas derivadas de los procesos que se producen cuando nuestro equilibrio, interno o externo, corre peligro.


Aceptar la duración del proceso y mantener una confianza inteligente en los maestros y sus enseñanzas nos permitirá contrastar las dudas, asentar las certezas y comprender que nadie tiene ninguna verdad más potente que la que nace de una práctica inteligente, constante y sincera bien dirigida.


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