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¿CUERPO, MENTE Y ESPÍRITU?


Al referirnos a la actividad física como ejercicio para la mejora de la salud y de nuestra funcionalidad como personas debemos establecer unos límites que contengan con la mayor amplitud posible la esencia de este significado.

Para entenderla tenemos que dar respuesta a tres cuestiones fundamentales sobre nuestra capacidad de acción:

• Qué podemos hacer • Cuánto de eso podemos hacer • Cómo podemos hacerlo

Estas tres cuestiones delimitan nuestra atención cuando queremos estudiar y aplicar los conocimientos adquiridos en materia de actividad física al contexto de las artes marciales.

Solemos hablar de un entrenamiento enfocado al cuerpo, a la mente y al espíritu. Pero corremos el riesgo de perdernos en la amplitud grandilocuente de estas palabras si no somos lo suficientemente prácticos como para intentar comprender su verdadero significado. Revisemos estas tres cuestiones y veamos cómo podemos reenfocar nuestra idea de entrenamiento integral partiendo de las respuestas que nos llegan.

¿Qué podemos hacer? La primera cuestión se refiere a nuestra estructura corporal, nuestra genética de base que determinará qué cosas podremos hacer y qué cosas no a lo largo de nuestra vida. Nuestra constitución corporal, aunque puede optimizarse, está sujeta a unos límites de crecimiento biológico que heredamos de nuestros padres. Si alguien pretende rebatir este argumento puede ver la película «Vaya par de gemelos» y comparar la estructura corporal de Dani de Vito con la de Arnold Schwarzenegger, creo que sobra ahondar más al respecto.



¿Cuánto podemos hacer? La segunda cuestión se refiere a nuestras cualidades físicas. Fuerza, resistencia, flexibilidad y velocidad. Todas ellas entrenables dentro del marco que biológicamente nos permitirá la primera cuestión.



¿Cómo podemos hacerlo? En este caso nos referimos a nuestros patrones motores, la capacidad que tenemos de utilizar estas cualidades físicas y nuestra estructura innata para realizar determinado tipo de acciones, acciones que requieren una integración de elementos para lograr un fin específico.



Según Wickstrom (1983) los Patrones Motores Básicos son «una serie de movimientos organizados en una secuencia espacio temporal concreta» y se clasifican de base en:

• Correr • Saltar • Patear • Lanzar • Golpear • Atrapar

Estos patrones evolucionan a partir de un proceso de maduración vinculado al propio crecimiento de la persona:

0 a 2 años desarrollo de reflejos y movimientos rutinarios 2 a 7 años desarrollo de movimientos elementales 8 a 10 años desarrollo de movimiento generalizado 11 a 13 años desarrollo de movimientos específicos A partir de los 14 desarrollo de los movimientos especializados

Esta progresión madurativa natural está afectada por un proceso permanente de adaptación y perfeccionamiento relativo a las experiencias de actividad física a las que nos vemos sometidos a lo largo de nuestra vida.

La práctica constante de estos patrones conduce de forma natural al desarrollo de lo que conocemos como habilidades básicas, definidas como secuencias de movimientos con un alto nivel de orden, precisión y automatización que, por su potencial emergente inmediato, nos permiten un dominio motriz del medio en las primeras etapas de nuestra vida.



Estas habilidades básicas, debidamente cultivadas por procesos educativos específicos y expuestas a las experiencias habituales de la vida (cultura, sociedad, etc.), son la base indiscutible de nuestro potencial para desarrollar otras habilidades específicas.

Las habilidades específicas, en nuestro contexto, son los objetivos de automatización que buscamos a través de un proceso madurativo, adaptativo y contextualizado.

En base a estos datos, podemos afirmar que para nuestro desarrollo marcial debemos establecer una serie de procedimientos con un modelo de progresión que nos permita unificar todos nuestros potenciales en base a estas tres cuestiones:

• Potencial innato (limites) • Potencial adquirido (estado) • Potencial desarrollable (expectativas)

El acierto en el procedimiento y su modelo de progresión determinará qué podemos hacer, cuánto podemos hacer y cómo podemos hacerlo.

El entrenamiento funcional para las artes marciales debería configurarse teniendo en cuenta estas tres premisas potenciales para mantener un arousal óptimo en nuestra evolución como practicantes. Debe apuntar en estas tres direcciones, mostrándonos adaptaciones lógicas a nuestro potencial innato, aprovechando al máximo todo nuestro potencial adquirido y afinando a través de un procedimiento correcto para desarrollar todo nuestro potencial de progresión.

El entrenamiento marcial se basa fundamentalmente en el desarrollo de patrones de actividad física en estos tres ámbitos. Pero tal y cómo hablábamos al principio, también están las áreas de la mente y el espíritu. Podemos fijar de partida una estructura interna que cubra o determine el significado de estos dos aspectos en tres bloques:

• mental/emocional/racionalidad • conductual/ético/valores • espiritual/moral/creencias

Aspectos a los que, tal y como hemos fijado en lo relativo a la actividad física (cualidades y habilidades) o de movimiento exterior, pueden verse influidos por los mismos principios anteriormente expuestos. En cualquier caso, las experiencias a las que nos enfrentemos en el ámbito del entrenamiento, las cargas y la definición de objetivos fijados son extrapolables a los dos polos del entrenamiento: interno y externo.


Estos dos planos de desarrollo deben estar interconectados, deben ser interdependientes y deben progresar en una simetría relativa que evite la interferencia que puede producir una menor progresión de un área frente a la otra para garantizar nuestra funcionalidad operativa marcial.

En el combate, aspecto de la máxima importancia en la práctica marcial, todo queda determinado inicialmente por nuestra actitud mental. La técnica, nuestras cualidades físicas, nuestros patrones o las habilidades desarrolladas sobre ellos a lo largo de los años, no servirán de nada si nos asustamos, si no entendemos la situación o si no somos capaces de hacer lo que hay que hacer para salvar nuestras vidas.

Es importante que el proceso de adiestramiento marcial abarque todos y cada uno de estos elementos. Y debe hacerlo para lograr una visión integral del conjunto, para crear una verdadera funcionalidad marcial operativa fruto de un modelo de entrenamiento para la vida con toda la amplitud de esta palabra.


No integrar los aspectos internos en el entrenamiento, no aplicarle las mismas reglas de progresión que les exigimos a nuestros músculos, nuestros huesos y nuestro sistema nervioso sería dejar el trabajo a medias.

Para integrar todos los elementos debemos mirar a los métodos tradicionales de entrenamiento. A los rituales, a las experiencias meditativas o al entrenamiento focalizado de las formas; y debemos hacerlo tanto como al sparring, el estudio técnico o el acondicionamiento corporal. No se trata de desarrollar todas estas cualidades y habilidades y progresar en lo interno hacia una falta de valores, escrúpulos o humanidad, algo que parece haberse ya institucionalizado. Eso sería ir en dirección opuesta a nuestro desarrollo integral.


Vivimos tiempos en los que se admira la arrogancia, la soberbia, el egocentrismo y la falta de empatía. Basta ver a los actuales héroes de las MMA deportivas machacando a su oponente caído en la lona o gritándole a la cara antes del combate para entender a qué me refiero. Para ser un artista marcial no hay que envilecerse, no hay que disfrazarse de mala persona que da susto a sus semejantes.


El artista marcial es alguien que se autodefine y se autoconstruye partiendo de unos valores compatibles con el grupo, con la humanidad y con el espíritu de unidad que deviene en felicidad. Podemos afirmar que en algún momento del camino el mensaje se distorsionó y ahora queda un reflejo filmográfico de la realidad subyacente a la práctica. Hablar de Entrenamiento funcional integral para las artes marciales es sinónimo de entrenar para ser un ser humano completo y útil frente a todos los retos que la vida nos depare.

Por este motivo, antes de centrarnos «exclusivamente» en ganar fuerza, resistencia, flexibilidad o velocidad, debemos entender que el proceso para evolucionar estas cualidades debe tener un resultado paralelo en el aspecto profundo de nuestro ser. La transformación debe partir desde nuestro núcleo esencial y afectar, ahora sí, de forma conjunta a nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu en una trayectoria ascendente que conecte con armonía estos tres elementos.

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