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El valor de la disciplina



«La victoria en la guerra no depende completamente del número o del simple valor; sólo la destreza y la disciplina la asegurarán. Hallaremos que los romanos debieron la conquista del mundo a ninguna otra causa que el continuo entrenamiento militar, la exacta observancia de la disciplina en sus campamentos y el perseverante cultivo de las otras artes de la guerra»


Flavio Vegecio Renato

Compendio de técnica militar


Algunos libros tienen la capacidad de sugerir líneas de reflexión común en una gran cantidad de personas con inquietudes muy dispares. Este es el caso de Hazte la cama de William H. Mc Raven. En él se aborda la importancia de las pequeñas victorias cotidianas como forma directa y trascendente de forjar un carácter disciplinado. El título no es gratuito y señala al mero acto de hacerse la cama por la mañana como un acto de voluntad que debería estar más valorado de lo que lo está.


Cuando abordamos la importancia de fortalecer el carácter en la práctica marcial, de señalar este punto como uno de los principales del adiestramiento del espíritu del luchador, estamos directamente entrando en el terreno de los hábitos, de las rutinas y de la aceptación voluntaria y consciente de estas costumbres.


Vivimos tiempos complejos para palabras como disciplina, obligación, voluntad o rutinas, pero las vamos a necesitar, sin duda, si las cosas de la vida se tuercen de forma extrema. Nuestro hábitat social tiene discursos de libertad trastocados, discursos en los que parece que cualquier cosa que merme nuestra capacidad momentánea de decidir si hacemos algo o decidimos no hacerlo es, absurdamente, limitante para nuestro libre albedrío.


Hay cosas que hay que hacer y son indiscutibles como comer, dormir, tener actividad física, formarse, cultivarse, relacionarse, y un largo etcétera que componen lo que podríamos denominar «actividad humana».

Recuerda la importancia de las pequeñas victorias cotidianas como forma directa y trascendente de forjar un carácter disciplinado.

En nuestra práctica seguimos un modelo gradual en el que poco a poco se va desvelando el sentido de cada fase de progreso, así como el de sus contenidos correspondientes. En esos descubrimientos se basa la motivación de completar cada fase hasta el último detalle, con expectativas de futuro en un vislumbre aproximado de lo que nos espera. Entrenar es estar en el momento percibiendo futuros sin mucho acento y recordando pasados que enriquezcan la experiencia de un presente siempre sujeto a estas dos tensiones ilusorias.



Hay dos elementos clave que ponen en peligro nuestra capacidad de profundizar en la vía y de que nuestro carácter se forje como es debido a través de sus propuestas. El primero de ellos es la falta de compromiso real con nosotros mismos. El segundo es pensar que la cantidad y la velocidad a la que adquirimos conocimientos y capacidades/habilidades (Kung Fu) tienen algo que ver con el objetivo real del entrenamiento. Ambos se superan con el concepto de disciplina personal bien entendido, aceptado y practicado.


Hacer la cama por la mañana es un acto de nuestra voluntad venciendo a la comodidad, al bienestar, al confort de la inactividad observadora, esa desde la que pierde su sentido toda la estructura musculo-esquelética que hemos heredado de nuestros ancestros tras millones de años de evolución celular. Nada produce más enfermedades que la comodidad.


Preferimos mirar a actuar, que nos den el resultado a tener que calcularlo, que no haya opciones a tener que decidir, que todo discurra con normalidad a que tengamos que sortear los obstáculos perennes de la vida. Y preferimos esto porque estamos cansados y desmotivados, un cansancio que no tiene nada que ver con lo que comemos, lo que descansamos o lo dura que sea la tarea a la que nos enfrentamos. Tiene que ver con su naturaleza y con la relación real que esta tiene con nosotros. Tiene que ver con la satisfacción que este tipo de tareas nos prometen, tanto en el aspecto más superficial como en el más profundo de la persona.



La motivación surge de un anhelo interior de alcanzar una meta que sentimos imprescindible. Surge de estar profundamente convencidos de que nuestros actos tienen un destino objetivo, útil, fundamental; un destino que tiene que ver con nosotros y con el papel social y humano que interpretamos.


Cualquier viaje prolongado va a poner en tela de juicio nuestra capacidad de ser constantes hasta el final o, en el mejor de los casos, nos va a desvelar la inconsistencia del camino elegido en relación a nuestro destino o nuestra misión en la vida. Cuanto más se extiende el tiempo de la ruta, más menoscabo sufre nuestra voluntad de mantenernos en ella. Cambiamos entonces de camino al sentir que se desmorona nuestra voluntad, algo que ocurre cuando se borra en nuestra memoria el sentido y sentimiento que nos llevaron a iniciar el periplo.


Olvidamos, es inevitable, pero no podemos olvidar nunca lo esencial. El sentido de existir se basa en motivos, en convicciones, en férreos valores que refuercen nuestra convicción de que estamos para algo y que ese algo es vital en el progreso humano frente a una naturaleza despiadada.

Nada produce más enfermedades que la comodidad.

Nuestra vía, la vía marcial, es ruda, es dura, a veces dolorosa y requiere esfuerzo físico, mental y espiritual. No es un camino de rosas, más bien todo lo contrario. Sin embargo, tras cada golpe doloroso, tras cada desaliento, tras cada sensación de agotamiento o fracaso, siempre se desvela un aspecto de nosotros que ninguna otra vía nos muestra de una forma tan sincera y tan cruda.


Una parte importante del legado que nos ha sido transmitido por los grandes maestros consiste en saber qué hacer con todo eso, todo lo que va emergiendo en la fragua de la práctica. Forma parte del procedimiento que soporta el objetivo de crecimiento y fortalecimiento personal que decidimos fijar cuando focalizamos nuestra mente sobre la vía de las artes marciales.

La motivación surge de un anhelo interior de alcanzar una meta que sentimos imprescindible.

Ver en primer lugar lo que nos compone, cómo reaccionamos, dónde están nuestros límites, cómo interpreta nuestra mente la situación, desde qué valores superiores o inferiores planteamos enfrentarnos a ella y a sus consecuencias son, en esencia, preguntas que debemos formularnos para mantener vivo el objetivo.


Un golpe recibido es un fallo en la esquiva o en la defensa, es una falta de velocidad o de concentración, es un oponente más capacitado que nosotros, es un estado de ánimo improcedente en el combate, es emoción y es, sobre todo, una experiencia dolorosa que nos facilita muchísima información si estamos dispuestos a leerla.


No hacerlo es quedarse en la superficie del suceso. A veces vestimos de épica esta situación y afrontamos que el golpe de por sí nos fortalece. No hay fortalecimiento en la falta de crítica, hay ocultamiento, hay miedo en su versión más sutil, hay comodidad y falta de ganas de transformarnos realmente en la versión superior a la que aspira nuestra esencia de forma natural. Debemos leer estas señales para progresar, es la vía del aprendizaje directo, de las palabras sin palabras en las que el sentimiento de fondo debe seguir intacto desde el principio.


La madre de toda esta energía es la disciplina, es mantener la cama de los principios bien hecha desde el comienzo para que tengamos un destino final en el que descansar en la profundidad que requiere el espíritu. Una disciplina de constancia, paciencia, comprensión, reflexión, empatía, sinceridad y humildad para afrontar todo lo que la vida nos enseña a diario cuando en nuestra doctrina personal entra el fundamento de estar realmente vigilantes en todo momento.


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