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ENTRENANDO EN CASA. EL ESPACIO

Revisamos el espacio para el entrenamiento en nuestra casa, desde la interpretación que le damos a nuestro lugar de desarrollo hasta las características más recomendables para poder utilizarlo de forma inteligente



INTERPRETANDO EL ESPACIO

La zona de entrenamiento tiene características propias; podríamos hablar casi de leyes naturales a las que nada de lo que ocurra dentro de ella puede escapar.

El orden de las actividades que componen una sesión de entrenamiento no es fortuito, no obedece a una apetencia personal del profesor o de cualquiera de sus alumnos. En un entrenamiento debidamente programado, ese orden está prefijado de antemano en base a una serie de objetivos. Un orden correcto de trabajo garantiza la calidad del aprendizaje y también permite un entorno productivo de entrenamiento para el desarrollo progresivo de las habilidades marciales.

Cuando nos referimos a entrenamiento en el ámbito de las artes marciales, tenemos que abordar toda la amplitud que contiene esa palabra. En una sesión de entrenamiento marcial se dan cita muchos elementos, algunos casi de forma inadvertida. La proporción de los contenidos, sus sinergias, la correspondencia conceptual de lo aprendido, la afinidad relativa con la parcela del programa que le corresponde a la sesión en cuestión, además de su repercusión en el plan personal de entrenamiento de cada alumno, entre otros muchos elementos, convierten a la sesión de práctica en una pieza muy tallada de un puzle que hay que hacer siguiendo el método correcto.

Para ello, la programación de objetivos que debe guiar el entrenamiento de un artista marcial debe realizarse de forma minuciosa y detallada, sin dejar de tocar los elementos imprescindibles del estilo y rozando todos aquellos cuyo matiz pueda permitirnos realizar las adaptaciones personales que cada individuo debe realizar en su forma de interpretar el arte.


En todo este proceso, las leyes de la sala exigen sudor, concentración, conciencia, disciplina, camaradería, honestidad, curiosidad, inteligencia, memoria, resistencia, perseverancia, paciencia, humildad, respeto, convicción o valentía, por citar algunos de estos requisitos paradigmáticos de un espacio para el cultivo de un artista marcial. Y cuando hablamos de un cultivo lo hacemos con toda la intencionalidad, porque lo que se realiza en este hábitat es un proceso similar, un proceso que ha perdurado a lo largo de cientos de años dando frutos exactos de lo que se quería recolectar.

El entrenamiento de las artes marciales comienza al despertarnos por la mañana y termina al acostarnos por la noche. La sala solo recoge un momento de intensidad máxima en este discurrir.

El momento del entrenamiento es el momento de perfilar las aristas de un espíritu trabajado desde el momento en el que los ojos se abren cada mañana. Es un momento en el que se pone un orden especial en las cosas que tenemos que ver dentro de otro orden mayor previamente diseñado. Es el momento del encuentro de los que buscan lo mismo o buscan en una misma dirección. También es el momento del encuentro con el guía ocasional de este viaje que será el profesor que nos lleve hasta el borde del camino que deberemos recorrer en solitario.

Hasta ese momento, el aprendizaje diario, el estudio de los detalles del entrenamiento y del estilo, el reconocimiento de nuestros valores, nuestra evolución y progresión real, será una constante que nos permitirá reunir todo aquello que la vida le requerirá a nuestra mochila personal cuando caminemos en solitario.

Cuando damos el paso diario de entrar en nuestra sala de entrenamiento, damos un paso más en un camino duro y maravilloso. Duro porque nos enfrentamos a todo aquello que sigue sin pulir, maravilloso porque a cada talla le corresponde un brillo especial de lo que va surgiendo desde lo profundo. No hay enigmas ni milagrosos descubrimientos, es un proceso en el que el individuo se encuentra con su violencia, con su ego, con su ambición. Se encuentra con su impaciencia y su rencor, su cansancio, sus expectativas, sus ilusiones y sus desilusiones.

El mágico momento del entrenamiento tiene que ver con las personas que se encuentran en él, con el mensaje que quieren recoger y con lo que hacen con este mensaje. La vida es un combate constante en el que el verdadero guerrero siempre vence a su yo mermado. Cuando caemos al suelo en el entrenamiento caemos en un suelo de alguna forma sagrado porque allí, más que en ninguna otra parte, el hombre se conoce a sí mismo, se reconoce.

Nada es igual después de habernos enfrentado a nuestras sombras. La vía marcial nos prepara para ello. Nos confiere el valor para asumir las consecuencias de nuestros actos. Nos enseña a ser justos hacia afuera y hacia nuestro interior. Nos describe la manera de no sucumbir o de aceptar una derrota inevitable. Nos enseña con claridad quién debe seguir a nuestro lado y quién se alejará definitivamente de nosotros.

Cuando luchamos, cuando respiramos, cuando sentimos el dolor del impacto en los huesos, solo entonces podemos sentir la intensidad de esta lucha que es la vida. Y solo entonces podemos enfrentarnos con una sonrisa a todo aquello con lo que el destino inesperado pretenda salpicarnos.

Estas son las leyes que rigen la práctica marcial. Un suelo, un techo, unas paredes y personas luchando por ser una versión evolucionada de ellas mismas.

Personas que no se conforman con una imagen fija de sus características humanas, la vida nos muestra cómo nos transforma por fuera y, qué duda cabe, dentro no va a ser diferente. Cambiar, evolucionar, progresar, ser mejores, ese es de algún modo el objetivo último de todo este esfuerzo guiado dentro de un orden. Este orden garantiza que nuestro tren no descarrile antes de tiempo, que nuestro cuerpo soporte las cimas que tendrá que escalar, cada vez más altas, con más viento, con más peligro porque, cuanto más subamos la cima de lo que somos, más intensas serán las sombras y las luces que podremos vislumbrar.

En esos momentos, si el orden de nuestra progresión es el correcto, nuestros ojos, nuestra piel, nuestros músculos y nuestros huesos, aceptarán inquebrantables cualquier reto posible. Lo harán porque ese orden nos ha permitido ser conscientes de nuestro crecimiento y del fortalecimiento de todo aquello que voluntariamente hemos decidido ser. No hay derrota posible en esa batalla porque habremos puesto todo nuestro espíritu forjado en estas salas en un único foco posible, el momento presente.

CONSIDERACIONES DEL ESPACIO

Decía Sun Lu Tang que todo el trabajo podía realizarse en un metro cuadrado. Se nos viene a la cabeza la imagen de él entrenando entre cuatro cortinas marcando, una y otra vez, los mismos puntos de impacto en la tela que recogía las marcas de años de repeticiones.

El entrenamiento doméstico, fuera de una sala de entrenamiento preparada como tal, exige que habilitemos un espacio, aunque sea mínimo, para poder desarrollar nuestra práctica. El espacio debería tener buena iluminación, estar bien ventilado y sin elementos que supongan un riesgo para la salud cuando comencemos a movernos. Es difícil reunir todas estas características en una vivienda media, pero si disponemos de una azotea, una terraza o un patio, quizá estos espacios fuesen los más recomendables antes que entrenar dentro de la casa. Si el tiempo o las circunstancias individuales no lo permiten tendremos que adaptarnos y definir este espacio en el interior.

Tiempo y espacio siempre van de la mano. Si no disponemos de un espacio permanente, tendremos que incluir en el tiempo destinado a la práctica el correspondiente a desocupar y reocupar el espacio que utilicemos para nuestros ejercicios. Fijar el tiempo que dedicaremos a la práctica es fundamental dados nuestras apretadas agendas horarias. Tener un buen dispositivo de temporización o un simple reloj nos ayudará a controlar mejor los tiempos de cada fase que hayamos incluido en nuestra sesión.


Es importante fijar de forma permanente el lugar y dotarlo de algún elemento que lo transforme simbólicamente. Una planta, una figura o un cuadro nos pueden ayudar a reconsiderar el espacio desde un sentimiento diferente. La práctica tiene componentes racionales, pero también elementos simbólicos y subconscientes que nutren el espectro emocional sobre el que operamos cuando estamos entrenando.


Integrar estos elementos en el espacio nos ayudará a consolidar un espíritu de práctica y a disfrutar de esta a niveles más profundos.

Recomendamos que sea un espacio privado, sin testigos, sin público que distraiga nuestra atención o que introduzca cuestiones de un orden diferente al del entrenamiento. El entrenamiento es una fase de concentración que requiere los mismos elementos que una sesión meditativa. Queremos interiorizar lo que hacemos, mantener el foco, abstraernos a mensajes sutiles que emanan siempre de una práctica concienzuda, constante e íntima.

Si disponemos de posibilidades de integrar elementos de entrenamiento (sacos, bolsas de golpeo, muñecos de madera, etc.) ganaremos potencial de desarrollo en nuestros ejercicios. A veces descartamos la importancia trabajar sobre un elemento material como pueden ser los muñecos de madera tradicionales. La tradición nos muestra que estas son herramientas clave en el desarrollo de algunas cualidades tales como el acondicionamiento, o la interiorización de patrones de movimiento incluyendo puntos de impacto, algo que nos hará ser más precisos sin lugar a duda.


Acomodar un suelo que amortigüe caídas, que permita un buen agarre o que nos dé una superficie más confortable, y por lo tanto atractiva, será un aliciente que nos ayudará a motivarnos por la práctica, nos llamará más que un sofá y una tele. No siempre está a la altura del bolsillo adquirir un tatami o tener un espacio suficiente como para poder tener este material en el suelo de modo fijo. En cualquier caso, una alfombra bien sujeta al suelo nos puede ayudar como material sustitutorio.

Los elementos multimedia no siempre son una interferencia para el entrenamiento. en nuestro caso nos pueden servir para poder recoger información, seguir instrucciones videográficas o analizar nuestros propios vídeos. Si los integramos de forma inteligente serán unos componentes más que sumar a nuestro espacio particular de entrenamiento.


Algunos elementos como los musicales nos ayudan a aumentar el aislamiento y la motivación mientras repetimos secuencias o mientras estiramos es más que recomendable.

Es evidente que todos estos elementos no están siempre disponibles, pero nuestro arte es el de la adaptación; la virtud marcial nos enseña a extraer los elementos positivos de cualquier situación para ponerlos al servicio de la victoria. Tenemos que asumir que no siempre podremos reunir en nuestro ámbito privado todo el material o circunstancias de un aula profesional de entrenamiento, pero podemos acercarnos y hacer algo más personal que nos ayude a lograr nuestras metas en la práctica.

Por último, el espacio debería permitirnos ejercitarnos, movernos, estirar, meditar o tomar notas. Estos últimos elementos pueden salir de una simple butaca restaurada, un buen cojín de meditación, unas mantas o un simple banco de madera. Todo debe de algún modo ser de utilidad para el entrenamiento, no dificultarlo ni llenarlo excesivamente para que podamos disfrutar de la sensación de libertad que siempre nos brinda un espacio vacío.

Este espacio vacío puede tener un referente interior en nuestra mente, un espacio profundo de nuestra imaginación en el que podremos introducir todos los elementos que se nos ocurran para complementar este espacio físico que os proponemos. De este espacio interior os hablaremos en una próxima entrada.

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