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Socavando el paradigma de la superioridad marcial. Primera parte

La presunción de superioridad por cualquier persona sobre

cualquier otra es un pecado contra Dios y el hombre

Mahatma Gandhi.


Muchos artistas marciales proclaman las virtudes de sus artes, sistemas o métodos. Amar lo que haces es fundamental para aguantar las exigencias que te aproximan a los objetivos que te has marcado, máxime cuando exigen tal compromiso de esfuerzo y constancia.


En el ámbito marcial, quizá por la propia naturaleza de estos sistemas, es más que habitual escuchar que un estilo, arte o método, es mejor que otros porque es más realista, sus técnicas están mejor pensadas o, también, la persona que lo expresa aparenta ser más habilidosa y un largo etc. de argumentos que justifican una visión miope de la realidad.



Cuando uno ya ha visto de todo, y me refiero a los ámbitos de práctica en la sala, los deportivos y en la rudeza de la calle, es difícil permanecer pasivo ante este tipo de afirmaciones. Es bueno creer que tu sistema es de calidad. Es importante corroborar sus garantías en entornos aproximados a la realidad técnica, táctica y estratégica de determinados tipos de situaciones. Pero en ningún caso, estas pruebas de laboratorio, estas muestras testeadas fuera de contexto, son garantía absoluta de superioridad en un entorno real.


Aunque el trabajo de sparring permite una mayor aproximación que el de ejercicios de complicidad estructural, sigue siendo un supuesto que no está absolutamente sometido a los rigores del accidente que supone una agresión, o una situación de conflicto físico en la que nos vemos llamados a hacer uso de lo que sabemos.

La primera cuestión, clave y fundamental, que deberíamos resolver creo que debería ser la de si seremos simplemente capaces de intervenir.

Se habla mucho de Fight o Flight pero no podemos olvidarnos que existen otras realidades igualmente constatables: la de quedarse congelado en el momento de la situación, o la de tener la habilidad discursiva para reconducir el entuerto disolviéndolo. Ambos son dos territorios que no se meten en campaña cuando pretendemos que la gente vote nuestro producto/sistema. Algo de venta hay en todas estas afirmaciones porque, nos guste o no reconocerlo, ser realista no vende mucho.


Sin embargo, creo que hablamos de un tema tan serio y de tal responsabilidad que es obligado ser sincero, realista y cruel, hasta cierto punto, con la fantasía. También deberíamos serlo frente a los paradigmas imaginados o, igualmente, con las convicciones que son fruto exclusivo de un modelo de entrenamiento en el que no corremos un peligro real de morir.



Todo cambia en el espectro emocional cuando la realidad se impone. No valen las afirmaciones de los que nunca se han visto cara a cara con el peligro vital real. Y los que lo han hecho, seguramente han cambiado después del suceso y tampoco pueden teorizar sobre cómo volverían a actuar, o cuál sería su nivel de competencia al hacerlo.


Proponemos partir de fundamentos sinceros a la hora de abordar el estudio de la marcialidad, así como de sus métodos de aprendizaje y desarrollo. Esto resultará clave a la hora de entender con claridad la profundidad real de la práctica marcial tradicional. De eso queremos hablar en esta entrada.

que el oponente, o nosotros, tengamos un arma cambiaría las estructuras lógicas de la situación

¿Qué elementos son los que socavan el paradigma de la superioridad que criticamos al principio de la entrada? En nuestro análisis hemos dividido en dos los elementos que rasgan el velo de la hegemonía de los estilos. Por una parte, tenemos los elementos exógenos, es decir, los que no dependen inicialmente de nosotros y que tienen que ver con las características del contexto. Y por otra, señalamos los endógenos entendiendo que estos se refieren a nuestra interioridad y a la forma en la que abordamos la compleja situación ante la que nos podemos encontrar. En ambos casos entendemos que existe un flujo de influencia ininterrumpido entre estos dos conjuntos en el momento de la acción que impiden, en gran medida, realizar teorías predictivas de ningún tipo.


En esta entrada apuntaremos principalmente a los elementos exógenos, factores que por su indeterminación impiden, o dificultan en exceso, la afirmación de que tenemos una solución completa, inmediata, precisa y certera para responder en términos de efectividad desde el plano consciente, racional o intelectivo. Hablamos de espacio y tiempo y, en ambos casos, la cascada de incertidumbre roza lo imposible cuando empezamos a conjugar combinaciones.



El espacio que ocupamos, nuestro posicionamiento en él y la distancia que nos separa de nuestro, o nuestros, oponentes convierten el escenario en un verdadero juego de centímetros que permiten, o impiden, determinados tipos de acciones dinámicas. Hablaremos en esta entrada sobre situaciones contra un único oponente para evitar espesar más el contenido, pero es importante no olvidar que cuando crece el número de oponentes crecen con ellos todos estos factores de forma exponencial.


Tendremos que tener en cuenta, a la hora de describir la situación o contexto, nuestro plano personal de posicionamiento, los ángulos de desplazamientos lógicos que podríamos utilizar para actuar, las lateralidades que definirán el posicionamiento en las guardias, las alturas posibles de acción en determinadas distancias, el terreno o espacio del que disponemos para movernos, las condiciones de nuestro calzado, suelo duro, blando, con agarre o resbaladizo, uniforme o irregular, el grado de inclinación en el que nos encontramos y si estamos por encima o por debajo de nuestro oponente, obstáculos naturales, etc.



También tenemos que ver si estamos solos o acompañados. Puede que nuestra compañía dependa de nosotros, suponga un obstáculo o pueda ayudarnos a solucionar la situación. Un añadido será que el oponente, o nosotros, tengamos un arma, algo que cambiaría las estructuras lógicas de la situación. En cualquier caso, nos referimos en todos estos supuestos a factores externos, es decir, que no tienen que ver con nuestra capacidad de reacción, nuestra habilidad combativa, nuestro control emocional o nuestra anticipación, elementos sobre los que hablaremos en futuras entradas.

Otro factor desconocido será el de la visibilidad que también pesará a la hora de poder determinar con claridad nuestras posibilidades frente a acciones bien o mal visualizadas.

La velocidad de movimiento de nuestro oponente, así como la irregularidad de sus acciones impedirán, o dificultarán en gran medida, nuestras previsiones reactivas en un entorno que no deja mucho espacio a nuestras funciones cognitivas en términos de racionalidad y lógica inmediata.


Llegados a este punto cabe preguntarse si estudiar la práctica marcial desde un enfoque altamente garantista es acertado o no merece ni la pena hacerlo. Nosotros apostamos absolutamente por la práctica marcial como vía para incrementar de algún modo nuestro porcentaje de probabilidad de salir de este tipo de situaciones. No lo hacemos en base a una fe ciega, sino a lo que la tradición de millones de supervivientes nos ha legado.



Cuando analizamos el entrenamiento marcial como un proceso puramente racional nos equivocamos. Omitimos de forma injustificada la gran cantidad de información que en cada sesión de entrenamiento registra nuestro subconsciente. Si pudiésemos controlar de forma consciente toda la información que adquiere nuestro cerebro en cada entrenamiento acabaríamos abrumados.


El entrenamiento tradicional engloba una gran cantidad de métodos sinérgicos para lograr entrenar nuestro subconsciente, la única parte de nuestro cerebro que puede realizar los infinitos cálculos inmediatos, imprescindibles, de todas estas variables: formas (Taolu), trabajos por parejas (Dui Lian), trabajos psicofísicos (Qi Gong), acondicionamientos (Pai Da), etc.

Mantener este modelo de entrenamiento enseñará a nuestro subconsciente a tomar las decisiones dinámicas y funcionales oportunas

Articular y programar correctamente el proceso del entrenamiento, incluyendo todos estos elementos, nos permitirá enriquecer profundamente nuestra experiencia subconsciente y aumentar nuestras posibilidades de respuesta ante tanta incertidumbre.


Algunas de las claves de esta programación articulada sobre el componente técnico, por lo menos en la estructura de nuestra escuela, son:

  • Estudiar múltiples opciones de aplicación de una misma técnica.

  • Practicarla con diferentes compañeros de escuela.

  • Trabajarlas en diferentes lateralidades, ángulos, distancias, alturas, guardias y posicionamientos.

  • Combinarlas de forma variada y desde su visión en vacío o con un compañero.

  • Testear su aplicabilidad en ejercicios de Sanshou.

  • Analizar el Sanshou y ver el grado de aparición espontánea de la técnica en el combate.

  • Visualizar su aplicación y las consecuencias.

  • Trabajarla en contextos variables e imprevistos.

  • Hablar de la técnica, de sus dificultades y de sus facilidades. Escribir sobre ello.

  • Entender las necesidades de entrenamiento de cualidades físicas básicas y habilidades motrices específicas (entorno funcional) y abordar su práctica en paralelo.

  • Estudiar otros estilos, o formas, y contrastar sus parámetros de ejecución para escenarios similares.

  • Reflexionar sobre nuestras reacciones emocionales, sobre nuestra voluntad y sobre la capacidad de gestionar el estrés en situaciones límite.

Estas pautas, aplicadas en el entrenamiento de cualquier segmento técnico, dejan una impronta de señales en nuestro cerebro que se acabarán convirtiendo en modelos dinámicos permanentes de transformación adaptativa real. Mantener este modelo de entrenamiento enseñará a nuestro subconsciente a tomar las decisiones dinámicas y funcionales oportunas, y le ayudará a hacerlo sin interferencias, inhibiciones y con un alto grado de eficacia.


Para que este ciclo de respuesta se cierre correctamente tendremos que incluir también el aspecto endógeno de todo este complejo marco, algo que intentaremos desentrañar un poco en nuestra próxima entrada.

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